Este texto fue extraido de uno de mis libros (Hola Mundo, pero en un mundo real).
Esto que contaré es privado. No se lo digas a nadie.
Cuando iba por mitad de mi carrera, una universidad creó un programa de ingeniería semi-presencial cerca de donde vivía, y un amigo que ya trabajaba decidió inscribirse. Obviamente, yo iba adelante de él, por lo que me buscaba para asesorías cada cierto tiempo.
Luego de pocos meses, mi amigo comenzó a filtrar mi nombre entre sus compañeros de semestre. Era muy cómodo para ellos tener alguien disponible para asesorías. Suplían parte del “hola mundo del estudiante”, y obviamente estudiando a distancia esto era un tema mayor. Sin embargo, ya no era muy cómodo para mí. Ayudarle a dos era sencillo: a cinco era complicado, y el asunto iba creciendo.
Creo que comenzaron a darse cuenta que les ayudaba cada vez con menos entusiasmo, así que me propusieron un negocio para motivarme: todos ellos trabajaban, y me plantearon pagarme clases grupales como refuerzo… entonces todo tomó sentido. Yo les cobraba un valor por hora/persona, ellos buscaron más estudiantes y terminé dictando unas seis horas semanales a un grupo de 20 personas. Ese fue mi primer “hola mundo de profesor”: ser un docente de 17 años con alumnos mayores de 40.
Con el tiempo fue tan bueno para ellos y para mí, que comenzamos a perder el límite. Durante los siguientes dos años, en las principales clases de la carrera (las de programación) me daban el proyecto de semestre, yo lo desarrollaba y luego les explicaba durante una semana. Entonces, lo que recibí de utilidades del negocio era muchísimo para un estudiante, pero mi ética estaba quedando por el piso.
Como la vida te cobra tarde o temprano tus decisiones, años más tarde comencé a dictar clases en esa universidad. Mi grupo inaugural no podía ser otro: ese grupo de estudio, que ya iba en noveno semestre. Y las clases que les dicté parecían una broma de mal gusto: “programación avanzada” y “ética”. Aprendí, lo juro. Durante todo el semestre me sentí declamando palabras vacías para un grupo que no creía en lo que estaba escuchando, mientras ninguno era capaz de mirar a los ojos a su interlocutor: ni yo a mis alumnos, ni ellos a mi.
Hola, mundo del profesor: la mejor de todas las enseñanzas de un docente no está en el contenido de la asignatura: son las lecciones de vida, la ética y el ejemplo los que despiertan más habilidades en los estudiantes.
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